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Él es Pepe Mujica, el poema

“Oír a ese señor es todo un placer”. Mi mamá, doña Vilma, no sabía quién es Pepe Mujica. Para ella da igual Mujica que Rajoy que Santos que Putin. No porque esté desinteresada de los problemas del mundo, jamás, sino porque, para su vida diaria, saberse el nombre de todos esos políticos que “hablan todos igual” no tiene un gran sentido útil.

Doña Vilma se levanta todos los días a las cinco de la madrugada, limpia la casa junto a mi tía, enhebra la máquina y cose hasta las ocho de la noche, cuando ya la vista se le vuelve amarilla.Con la costura se gana la vida. Así me mandó a la U. Así se paga el seguro voluntario de la CCSS para que, una vez cada seis meses, una cardióloga le ponga el aparato y le diga que todo está mejor desde aquel susto de hace dos años. A veces le da tiempo de leer el periódico, a veces no. A veces escucha los programas de los doctores y los veterinarios en la radio, después de Amelia Rueda o ADN Hoy.

Casi siempre tiene algo que aportar cuando se habla de política o realidad internacional con los tosteles de domingo –que la crisis en España, que el desempleo en Estados Unidos, que qué guapo Obama, que la legalización de la droga, que otra  vez Chinchilla–. Sin embargo,  pocas veces nombra a un político que no sea el presidente de turno de Costa Rica, de Nicaragua o de Estados Unidos. (Antes también hablaba de Chávez).

En mi casa de la infancia estaban prohibidas dos cosas: los Power Ranger, por sugerencia de la niña Ivannia; y la cadena nacional de Gobierno, por clamor popular.

Pero ayer mi mamá, doña Vilma, pasó frente a la compu, donde se reproducía una entrevista con un político extranjero, y escuchó que “Vivir mejor no es solo tener más, sino es ser más feliz”.

Y doña Vilma se sentó. Se sentó junto a mí a mirarla. Y se le aguaron los ojos,  como siempre que oye algo que le gusta mucho.

Lo que vimos anoche fue una entrevista de José Pepe Mujica, presidente uruguayo, con la periodista María Casado en Desayunos de Radio y Televisión Española. La maravillosa inmediatez de las redes sociales hizo llegar el vídeo hasta esta minilaptop cuando un amigo, de los por lo menos diez que compartieron el video, se lo recomendó a la novia públicamente: “mi amor, véalo a partir del 4:50”.

En esas palabras, todas sencillas, todas limpias, todas transparentes, Mujica encierra un pensamiento pragmático: habla de una felicidad sin patrocinio, de esa que solo llega con la libertad. La libertad de tener tiempo para hacer lo que uno quiera. Y de un sistema en el que nos enmarcamos todos. Un sistema que nos hace gastar el tiempo en trabajos que no nos gustan para luego tener plata para comprar cosas que, de fijo, nos quitarán más tiempo porque hay que andarlas cuidando. Y entonces ya no somos libres ni felices. Ni tenemos plata. Mujica (siempre, siempre, siempre) lo dice mejor:

“Mientras tenga que trabajar para cubrir la olla no soy libre. Soy libre cuando tengo tiempo para hacer lo que a mí me gusta y me motiva. Entonces soy sobrio para tener tiempo. Porque cuando tú compras con plata, no estás comprando con plata. Estás comprando con el tiempo de tu vida que tuviste que gastar para tener esa plata. Y lo único que no se compra arriba de la tierra es la vida. Entonces hay que ser avaro en la forma de gastarla”.

¿Cuándo fue que nos olvidamos de estas reglas tan básicas de vida, de este pensamiento tan sencillo?, ¿Por qué es que ahora nos parecen tan utópicas, tan idealistas y tan inocentes estas palabras?, y ¿por qué no hay más políticos idealistas,  inocentes, sencillos?

José Pepe Mujica ha impulsado la legalización de la marihuana, ha promovido que el Estado sea quien la regule ¡y la venda!, ha dicho que nunca estaría de acuerdo con el aborto, como doña Vilma, pero que hay que regularizarlo para salvar más vidas. Y también se ha equivocado. Ha dicho, por ejemplo,  que Cristina Fernández es «peor que el tuerto». Y ha pedido perdón. Y seguramente tiene enemigos, dice él.

Pero si hay algo que Pepe Mujica ha hecho con sus palabras, es devolvernos un poquito de esperanza.

Esa esperanza que mi madre, yo y mucha gente perdimos el viernes con la noticia del asesinato de Jairo Mora. Esa esperanza robada por un dolor sin respuesta, una indignación patrocinada por ¡ah! los políticos que decían que claro, que había que hacer algo, que la muerte de ese muchacho no se quedaría impune. La voz impostada. La mentira. La distancia profunda entre ellos y nosotros, como si no fuéramos de los mismos.

“¿Se está perdiendo esa preocupación, ese tacto de preocuparse por los problemas diarios de la gente?”, pregunta Casado en la entrevista.

“En el fondo naide es más que naide, dicen los paisanos de mi tierra. Y por mucha ínfula que se tenga, y marquesina, en el cajón marchamos todos”, responde Mujica.

El viernes, mientras hacía pública toda mi devastación en twitter, un amigo, periodista español en El Salvador, hizo silencio y me mandó esto:

Hoy mami no se acordaba del nombre del presidente que dijo que «ninguna adicción, salvo la del amor, es recomendable» . Pero se acordó de por lo menos cien de sus palabras. «Más de cien palabras, más de cien motivos para no cortarse de un tajón las venas». Eso me dejó Pepe Mujica,el presidente que sí le habló a mi mamá. 

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