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Así se ‘cocinó’ el acuerdo político entre Estados Unidos y Cuba

El paso a paso de cómo fue uno de los cambios políticos más revolucionarios de la historia.

 

En la madrugada del pasado miércoles, tres aviones encendían sus motores en bases militares de Estados Unidos y Cuba como parte de una misión ultrasecreta y cuyo resultado se convertiría pocas horas después en uno de los acontecimientos más importantes de las últimas seis décadas.

En el interior del primero, que iba rumbo a Cuba, estaban tres espías del régimen castrista a los que el presidente Barack Obama acababa de perdonar tras estar varios años en prisión. En el segundo viajaba un espía que había pagado 20 años de prisión en La Habana; y en el tercero, una delegación de congresistas de EE. UU. que debía recoger en la isla a Alan Gross, el funcionario del Departamento de Estado que fue arrestado en el 2009 y cuya suerte se había convertido en otro gran obstáculo para las ya de por sí tensas relaciones. (Lea también: ¿El fin de la guerra fría en América Latina?).

Todo era parte de un intercambio de prisioneros meticulosamente coreografiado, que se materializó a las 11:15 a. m., cuando la última de las aeronaves, la que llevaba a Gross, aterrizó en la base Andrews, en las afueras de Washington.

 

Minutos después, los presidentes estadounidense y cubano, Barack Obama y Raúl Castro, respectivamente, le anunciaron al planeta la buena nueva. El intercambio, dijeron, abría la puerta para lo impensable: el restablecimiento de las relaciones diplomáticas luego de 55 años de hostilidades, y una serie de acciones ejecutivas para suavizar el embargo impuesto en 1961. (Lea también: Castro agradece a Obama pero prevé larga lucha para eliminar bloqueo).

“Hemos acordado el restablecimiento de las relaciones diplomáticas. Esto no quiere decir que lo principal se haya resuelto. El bloqueo comercial y financiero que provoca enormes daños humanos y económicos a nuestro país debe cesar”, dijo Castro. (Claves de una nueva relación política entre EE. UU. y Cuba).

“Hoy EE. UU. escoge romper las cadenas que nos atan al pasado, pensando en un mejor futuro para el pueblo de Cuba, para nuestros ciudadanos, para el Hemisferio Occidental y para el mundo”, dijo a su vez Obama, al tallar palabras para la historia.

Pero llegar allí no fue fácil. De hecho, las negociaciones tardaron 18 meses y estuvieron a punto de fracasar de no ser por la intervención del papa Francisco. Para los cubanos, todo fue resultado de ‘la última conspiración de los hermanos Castro’, en el buen sentido. “Ellos conspiran mucho”, dijo a EL TIEMPO una fuente conocedora de la realidad política de la isla. La trama estuvo tan bien armada que Mariela Castro, hija de Raúl, reconoció que no tenía idea. “Para nosotros –dijo– todo ha sido una sorpresa, pero a la vez una gran gratificación.” (Lea también: La hoja de ruta en el diálogo de Estados Unidos con Cuba)

La historia, para ser más precisos, arranca incluso antes de que Obama llegara al poder. Durante su campaña para las elecciones del 2008, el aún desconocido afroamericano había pedido a sus asesores que le redactaran un plan para acabar con el embargo de la isla o al menos suavizarlo. Obama creía que la política de garrote usada por más de 50 años, además de ineficaz, le salía cara al país en el tablero internacional.

La carta de Hillary

En el 2009, y ya sentado en la oficina oval, puso el tema en la parte alta de la agenda de su primer período, junto con la reforma de la salud y la migratoria. Pero los planes se vinieron al piso con la detención de Gross ese año. “Nadie hubiese entendido que pretendiera normalizar las relaciones con Cuba cuando el régimen detenía a uno de sus funcionarios de manera ilegal”, sostuvo una fuente de la Administración. (Lea también: Gabo también intentó acercar a Estados Unidos y Cuba).

De acuerdo con la fuente, Hillary Clinton, entonces su secretaria de Estado, era uno de los principales proponentes de un cambio de política hacia la isla y cuando se retiró, en febrero del 2013, le escribió un carta personal a Obama en la que lamentaba no haber podido lograr la liberación de Gross, pero le pedía no desfallecer en sus esfuerzos por sanear de una vez por todas esa pesada herencia de la Guerra Fría. Fue por esos días, precisamente, cuando Obama autorizó el inicio de un diálogo exploratorio con Cuba por el caso Gross.

Para el trabajo, escogió a Ben Rhodes, uno de sus asesores más cercanos, y a Ricardo Zúñiga, hoy su asesor para Latinoamérica en el Consejo Nacional de Seguridad. Zúñiga era clave, pues venía de estar varios años en la Oficina de Intereses de EE. UU. en La Habana –el único contacto diplomático existente– y conocía personalmente a Raúl. (Los grandes cambios para los que se prepara Cuba).

Por los lados de Cuba, la cosa tampoco fue fácil. Históricamente, los Castro habían utilizado a amigos, como el fallecido escritor colombiano Gabriel García Márquez, o a diplomáticos extranjeros, como mensajeros en asuntos vitales. En esta ocasión fue en sentido inverso: el presidente uruguayo, José Mujica, fue el encargado de llevar un mensaje de Obama a Raúl. En esencia decía que EE. UU. estaba dispuesto a negociar. Obama, en su discurso del miércoles, reconoció que en mayo del 2013 había pedido al Pepe intervenir ante Castro.

“El gobierno de Obama está en capacidad de mejorar las relaciones con Cuba”, precisó en mayo pasado tras visitar la Casa Blanca.

Ya había una suma de gestos que, si bien no llamaban al optimismo, creaban buen ambiente. El carismático gobernante uruguayo admitió esta semana haber aportado su “granito de arena”. En la reciente cumbre del Mercosur agregó: “Nosotros no eludimos lo que pensábamos; se lo dijimos al presidente de EE. UU. en Cartagena”.

En junio del año pasado, Mujica fue recibido en el Vaticano. La reunión fue mucho más larga que las audiencias protocolarias normales de los mandatarios. El papa le pidió al Pepe hacer todo lo posible para ayudar a destrabar conflictos en América, concretamente el proceso de paz en Colombia y el embargo contra Cuba.

Uno de los momentos más críticos de la historia entre los dos países fue la crisis de los misiles, en 1962.

Así las cosas, en ese junio, las partes se reunieron por primera vez, cara a cara, en Ottawa, capital de Canadá. “Era un grupo muy pequeño y nadie estaba al tanto de sus avances, salvo el presidente (Obama) y un puñado de personas de la Casa Blanca”, dijo una fuente cercana.

De allí en adelante el grupo se reunió siete veces más, siempre bajo el paraguas del gobierno canadiense, que mantiene relaciones con Cuba y se ofreció como garante. Desde el comienzo, los cubanos plantearon un canje mano a mano entre los tres espías presos en Florida y Gross. Pero EE. UU. se negó de plano, pues, para ellos, Gross era un rehén que había sido detenido injustamente y debía ser liberado sin condiciones. A cambio ofrecían el posible restablecimiento de las relaciones diplomáticas y suavizar las sanciones.

El saludo en Sudáfrica

En diciembre del 2013, el cálido saludo de Castro y Obama en Sudáfrica durante los funerales de Nelson Mandela no dio pistas, pero sí fue un buen augurio.

Pero las conversaciones se estancaron durante varios meses, hasta marzo de este año, cuando Obama visitó al papa en el Vaticano. El mandatario, en una reunión con el pontífice, le pidió interceder, dejándole claro que en juego había mucho más que la liberación de unos espías. El papa obró y pronto estaba redactando una carta dirigida a ambos líderes, en la que les pedía ceder ante los enormes beneficios de un acuerdo. En esta intervención papal fue clave la figura del cardenal Jaime Ortega, arzobispo de La Habana.

Poco después, hacia mediados del verano, los estadounidenses lanzaron una contrapropuesta, que destrabó las negociaciones: le pedían a Cuba liberar al exfuncionario del gobierno Castro que había sido enviado a prisión hacía dos décadas por espiar para los estadounidenses. De esa manera, dijeron, podrían presentar el caso ante la opinión pública como un intercambio de espías –los tres de la Florida a cambio del espía cubano y de Gross–, como una liberación de carácter humanitario. Los últimos detalles del intercambio se pactaron en octubre pasado en Roma, bajo la tutela del papa.

El hermetismo a lo largo del proceso fue total. A tal punto que en la víspera de la liberación, y para evitar filtraciones de última hora que pudieran complicar la maniobra, la oficina de EE. UU. en La Habana organizó una fiesta para mantener distraídos a todos los periodistas destinados en la isla y a otros funcionarios y diplomáticos.

Además de la del papa, la bendición del acuerdo la dieron Obama y Castro durante una conversación telefónica el martes por la noche, que tardó más de una hora.

Pese a ello, la desconfianza estuvo latente hasta último momento. A Gross, de hecho, no se le permitió abordar el avión y salir de la isla hasta que no aterrizó el aeroplano en el que llegaban los tres cubanos. El resto ya es una historia cuyo último capítulo apenas comienza a ser escrito.

SERGIO GÓMEZ Y MILAGROS LÓPEZ
Corresponsales de EL TIEMPO
Washington y La Habana.

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