Las movilizaciones de protesta que se están produciendo en Bolivia y Chile estos días de agosto significan un reto que guiará la acción de los movimientos sociales de toda América latina. No son los primeros desde el comienzo de la pandemia, pero sí los que han concretado un cronograma de protestas intensas y con demanda unificada.
En el caso del movimiento boliviano es de hacer notar la cautela con la que ha planteado las movilizaciones desde la partida de Evo. Su imposibilidad de reaccionar exitosamente al golpe de Añez se profundizó con la llegada de la pandemia y la cuarentena. Pero este mes, tras un nuevo aplazamiento de las presidenciales, se han lanzado a cortar las rutas de varias regiones del país con la demanda concreta de una fecha definitiva.
Las movilizaciones no han sido solo en Bolivia. En Chile, los mapuches han levantado un conflicto que se viene recrudeciendo con los más de 100 días de la huelga de hambre de sus presos políticos.
En Perú, en la Amazonía, el 9 de agosto, una protesta de indígenas contra una petrolera canadiense dejó el saldo de tres manifestantes muertos.