El discurso inaugural del presidente ecuatoriano, Rafael Correa Delgado, ante la plenaria de presidentes y jefes de Estado de la IV Cumbre de la Celac en Mitad del Mundo, Quito, fue una de sus más destacadas intervenciones públicas en foros internacionales en los últimos años. Es mucho decir: se conoce la capacidad de oratoria del Mandatario ecuatoriano en este tipo de eventos, refrendada una y otra vez en diversos foros de cáracter regional y global.
Sin embargo, al oficiar de anfritriones hay presidentes que moderan su habitual discurso, en busca de complacer al conjunto de países invitados. Se sabe que en América Latina hay una actual disputa entre dos bloques de países: unos que, bajo un paradigma posneoliberal, han apuntado a una mayor redistribución interna, focalizándose en la ampliación de un conjunto de políticas sociales y otros que, afincados en un pensamiento económico ortodoxo, han implementado tratados de libre comercio con EE.UU. y no han reducido -sino potenciado- las desigualdades sociales al interior de sus fronteras (tal como lo demuestra el índice de Gini).
Pues bien, Rafael Correa comenzó su media hora inaugural derribando el mito del “libre comercio” y las supuestas teorías del derrame, hablando de “una mano invisible, que por invisible nadie la ha visto”. Para ello citó al papa Francisco, conocido crítico de la concentración de la riqueza, quien escribió largo y tendido sobre el tema en Evangelii Gaudium. No fue el primer argentino que mencionaba: apenas iniciado el discurso había destacado a Néstor Kirchner, cuyo nombre toma el edificio de la Unasur ubicado en Mitad del Mundo, destacando su labor por la integración regional. “Junto a Chávez fue impulsor esencial de la integración de nuestros pueblos”, remarcó Correa sobre el expresidente argentino, fallecido mientras ocupaba su cargo de secretario general de la Unasur.
“Debemos ser sociedades con mercado, no sociedades de mercado, donde vidas, personas y la propia sociedad se convierten en una mercancía más”, prosiguió Correa, para luego pedir un marco normativo laboral a nivel regional, a fin de no “sacrificar trabajadores en los altares del capital internacional”. El tiro por elevación tenía un destinatario claro: el reciente Foro Económico Mundial de Davos. Por ello el Presidente ecuatoriano citó el reciente estudio de Oxfam, titulado ‘Una economía para el 1%’, donde se deja constancia de que 62 personas tuvieron la misma riqueza que 3.600 millones de personas -el 50% menos rico del mundo- durante 2015 que pasó. “¿Cómo vamos a explicarle a las futuras generaciones una locura de esta naturaleza?”, preguntó luego de mencionar aquel informe.
Correa también hizo un repaso sobre la situación regional. Lanzó un apoyo contundente al proceso de paz en Colombia, cuya firma podría darse en este mismo año. ¿Por qué es importante para la Celac esto? Porque en la cumbre de La Habana, durante la presidencia pro témpore de Raúl Castro, la Celac se declaró como “zona de paz”.
“Entregamos una Celac con toda la capacidad de apoyar la verificación del acuerdo del cese al fuego”, remarcó el Presidente ecuatoriano sobre el tema, para luego decir que “la paz debe ser presencia de justicia y dignidad de oportunidades para todos”. Más tarde criticó el “criminal” bloqueo a Cuba y afirmó que la región necesita un nuevo sistema interamericano de DD.HH. “Creemos que la Celac, en el mediano plazo, debe reemplazar a una OEA que jamás funcionó adecuadamente, pero que hoy es más anacrónica que nunca”, dijo, destacando la importancia de este bloque regional en un contexto internacional de agrupamientos entre países. “Las Américas, al norte y al sur del río Bravo, son diferentes. Por eso debemos conversar como bloques”, reiteró.
Finalizado ese punto, Correa llamó a seguir trabajando por una nueva arquitectura financiera internacional, donde la región juegue un papel con un Banco de Desarrollo propio, un fondo común de reservas, y un sistema de compensaciones para el sistema internacional. “Se observan absurdos como considerar la inversión como un gasto más. La inversión crea activos”, señaló, diferenciándose de la ortodoxia económica que no registra activos pero sí pasivos. “Esto nos lleva a suponer que todo ha sido pérdida. Es una trampa ideológica para satanizar todo gasto público”, sintetizó con brillantez el Presidente ecuatoriano. En ese plano pidió la creación de centros de arbitraje para la región que eviten “ese atentado a nuestras soberanías que constituyen los actuales tratados bilaterales de inversión, donde todo está en función del capital y no de nuestros pueblos”.
“El desarrollo es esencialmente un problema político. Depende quién manda en una sociedad: las élites o las grandes mayorías. El capital o los seres humanos. El mercado o la sociedad”, finalizó con contundencia, no sin antes mencionar a Cristina Fernández de Kirchner, ante la atónita mirada de Gabriela Michetti, la vicepresidenta argentina, quien ofició de representante del país. Se sabe: el pensamiento político-económico de Correa, como el del conjunto de gobiernos posneoliberales de la región, está en las antípodas de la ortodoxia económica pregonada (y ejecutada) por el tándem Macri-Prat Gay, en conjunto con los países de la llamada Alianza del Pacífico. A fin de cuentas, el discurso de Correa en la Celac sirvió para ilustrar una disputa entre modelos que es cada vez más clara al interior de la región. Se trata, ni más ni menos, que de definir quién manda en una sociedad. La verdadera grieta sigue abierta, y no tiene diez sino más de doscientos años de existencia.