A menudo, como adultos, tenemos que convivir con personas difíciles. Aquellas que se creen con derecho a decirlo y tenerlo todo. En el momento que quieren. Personas que no admiten sus errores y traspasan la responsabilidad a las demás. Que son incapaces de ponerse en la piel de los demás y se sitúan en un peldaño por encima. Que exigen sin dar nada a cambio.
Si estas personas te molestan… piensa… ¿qué estás haciendo para que tu hijo no sea de estas personas? ¿Le estás enseñando a aceptar sus fracasos? ¿Le consientes todo lo que quiere aunque no se lo merezca? ¿Le estás ayudando a que distinga entre capricho y necesidad? ¿Sabe dónde están sus límites?
A veces pensar en términos de exclusión ayuda a centrar los objetivos: ¿qué NO quiero que sea mi hijo?