En 2012 una estudiante india fue brutalmente violada en un autobús que circulaba por Nueva Delhi y murió como consecuencia de las terribles heridas internas que recibió.
La realizadora británica Leslee Udwin, quien hizo un documental sobre el caso para el canal BBC Four que se emitirá el fin de semana, habló con algunos de los violadores que fueron condenados a la pena de muerte por este crimen.
El documental ha indignado a muchos en India y una Corte emitió una medida cautelar para bloquear su transmisión.
Udwin dijo que volvió de India conmocionada por el trato que allí reciben las mujeres, pero esperanzada por el trabajo de quienes buscan un cambio. Este es su testimonio:
Los horripilantes detalles de la violación me hicieron pensar que iba a encontrarme con monstruos dementes. Psicópatas. Pero la verdad fue mucho más escalofriante. Eran hombres que parecían normales y no tenían nada fuera de lo común.
El 16 de diciembre de 2012 la mujer de 23 años había ido al cine a ver Life of Pi(«La vida de Pi» o «Una aventura extraordinaria») con un amigo. A las 8.30pm se subieron a un autobús en el que viajaban seis hombres: cinco adultos y un menor.
El grupo golpeó al hombre y cada uno de ellos tomó turnos para violar a la mujer, antes de atacarla ferozmente con un objeto de hierro.
El conductor del bus, Mukesh Singh, me describió con detalle qué pasó durante y después del incidente.
Según los fiscales, él también participó de la violación mientras los hombres tomaban turnos para conducir, pero Singh me aseguró que se quedó todo el tiempo al volante.
Él y otros tres de los atacantes apelaron su sentencia de muerte.
A lo largo de 16 horas de entrevistas, Singh jamás mostró remordimiento y se la pasó expresando su sorpresa de que le dieran tanta atención a esta violación cuando es algo que, según él, ocurre comúnmente.
«Darle una lección»
«Una mujer decente no deambula por ahí a las 9 de la noche. Una chica es mucho más responsable de una violación que un chico», dijo.
«El trabajo doméstico es para las mujeres, no andar circulando por discos o bares de noche haciendo cosas equivocadas, usando la ropa inadecuada. Sólo el 20% de las mujeres son buenas».
Singh consideró que la gente «tiene derecho a darles una lección», y que la mujer tendría que haberlo aceptado.
«Cuando la violaban no tendría que haber luchado en su defensa. Tendría que haber permanecido en silencio y permitir la violación. Si lo hubiera hecho entonces la habrían dejado ir después de ‘hacérselo’ y sólo hubieran golpeado al varón», afirmó.
Su testimonio se puso aún más escalofriante: me dijo que la pena de muerte que les impusieron «hará que las cosas sean aún más peligrosas para las chicas. Ahora cuando las violen no las dejarán ir como hicimos nosotros. Las matarán. Antes decían: ‘dejémosla ir, no le dirá a nadie’».
Pedí que le leyeran la larga y estremecedora lista de las heridas que había sufrido la joven, en busca de una pizca de arrepentimiento, pero no la hubo.
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Sería más fácil digerir este crimen atroz si los que lo cometieran fueran monstruos, manzanas podridas, hombres de naturaleza aberrante. Quizá entonces aquellos que creen que la pena de muerte tiene un propósito –y no soy una de ellos- sentirían alivio cuando fueran colgados.
Pero para mí la verdad está muy lejos de esto, y de hecho creo que quizá su muerte esconda el verdadero problema, que es que estos hombres no son la enfermedad, son el síntoma.
«Vida sin valor»
Mi encuentro con Singh y cuatro de los otros violadores me dejó con una sensación como si mi alma hubiera sido zambullida en alquitrán y no hubiera producto de limpieza en este mundo que pudiera eliminar la mancha.
Uno de los hombres a los que entrevisté, Gaurav, había violado a una niña de cinco años. Pasé tres horas filmando mientras él contaba en detalle cómo había sofocado sus gritos con su gran mano.
Él sonrió durante toda la entrevista, quizás nervioso por la presencia de la cámara. En un momento le pedí que me dijera cuán alta era su víctima. Él se paró e indicó sin perder su sonrisa la altura: cerca de sus rodillas.
Cuando le pregunté cómo pudo haber atacado a alguien tan pequeño me miró como si yo estuviera loca y me dijo: «Era una pordiosera. Su vida no tenía ningún valor».
Estos crímenes contra mujeres son parte de la historia, pero la historia completa empieza desde el momento en que una niña no es tan bienvenida como un varón cuando nace. Cuando se distribuyen caramelos cuando nace un niño pero no una niña. Cuando se alimenta mejor al varón.
Cuando se restringen sus movimientos y se limitan su libertad y sus opciones. Cuando es enviada a casa de su marido como una esclava doméstica…
Si a una niña no se le da valor, si vale menos que un varón, entonces es lógico que haya hombres que crean que pueden hacer lo que quieran con ellas.
«Le prendería fuego»
Hablé con los dos abogados que defendieron a los violadores y lo que me dijeron fue muy revelador.
«En nuestra sociedad nunca permitimos que nuestras niñas salgan de la casa después de las 6:30, 7:30 u 8:30 de la noche con desconocidos», dijo uno de ellos, ML Sharma.
«Y con respecto a que un hombre y una mujer sean amigos, lo siento pero no hay lugar para eso en nuestra sociedad. Tenemos la mejor cultura y en nuestra cultura no hay lugar para una mujer».
El otro abogado, AP Singh, había dicho durante una entrevista televisiva: «Si mi hija o hermana tuviera actividades prematrimoniales y cayera en la deshonra ciertamente llevaría a este tipo de hermana o hija a mi granja y frente a toda mi familia la rociaría con petróleo y le prendería fuego».
La inequidad de géneros es el principal tumor, y la violación, el tráfico de mujeres, el matrimonio de niñas, la matanza de fetos femeninos y los asesinatos «por honor» son la metástasis.
Y el problema en India no es la falta de leyes. Es que no se cumplen las que hay.
El artículo 14 de la Constitución le da igualdad absoluta de derechos a hombres y mujeres. La entrega de una dote de matrimonio es un delito, pero muchas familias mantienen esa costumbre de todos modos.
Hasta que -y a menos que- cambie la mentalidad, el cáncer seguirá expandiéndose.
Esperanza
Pero lo que me llevó a hacer este documental no fue la violación misma, fue lo que ocurrió después.
Comenzando el día posterior a la violación y a lo largo de más de un mes, un número sin precedentes de hombres y mujeres comunes salieron a la calle en las ciudades de India para protestar.
Se enfrentaron al frío helado de diciembre y a la represión gubernamental que incluyó cañones de agua, golpes de bastones y bombas lacrimógenas. Su coraje y determinación fueron extraordinariamente inspiradores.
Su presencia me recordó a la multitud en la Plaza Tahrir de El Cairo, Egipto: un encuentro de la sociedad civil para reclamar un diálogo pendiente desde hace mucho tiempo.
Pensé que a pesar de su horrible legado de violencia contra las mujeres, era la primera vez que veía a un país parándose con tanta tenacidad para defender a la mujer, a mí. Y supe que tenía que usar cualquier talento que tuviera para amplificar su reclamo.
A pesar de lo duro que fue para mí enfrentar este desafío emocional y psicológico de mirar en lo más oscuro del corazón humano, lo que me inspiró a seguir adelante fueron estos «nuevos pensadores», en especial los más jóvenes, que quieren el cambio y lo reclaman a gritos.
Soy absolutamente optimista de que estamos en la cúspide del cambio.