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Gas y petróleo de esquisto, una falsa seguridad

Articulista invitada

Deborah Rogers

La Agencia de Información Energética (EIA, por sus siglas en inglés) del departamento de Energía de Estados Unidos, encargada de realizar previsiones, augura que antes de 2016 EE UU producirá unos 9,6 millones de barriles de crudo diarios, aproximadamente la mitad provendrán de petróleo de formaciones compactas. Esta previsión ha dado pie a un eufórico discurso sobre la independencia energética del país, asunto pintiparado en las actuales circunstancias políticas estadounidenses. Sin embargo, la viabilidad de esa independencia no parece haber sido objeto de estudios rigurosos. Los pozos son finitos, caros y ofrecen una reducida tasa de recuperación de petróleo. Los operadores han sobrestimado el volumen de las reservas y la situación económica de las empresas se deteriora desde hace cuatro años. Algunas innovaciones técnicas, como el alargamiento de pozos laterales, no garantizan el rendimiento a largo plazo, y grandes compañías como Exxon Mobil o Royal Dutch Shell están incurriendo en enormes cargos por deterioro en sus activos relacionados con esquistos (esta última, por ejemplo, ha anunciado que planea vender el 50 por cien de sus activos de América del Norte). Además, tanto la EIA como la Agencia Internacional de la Energía (AIE) prevén que los esquistos toquen techo en breve y caigan en picado. Para la AIE, la “revolución del esquisto” será cosa del pasado en apenas una década.

La energía es la base fundamental de la economía global, de modo que el libre acceso a ella resulta vital para todas las economías modernas. La pérdida de vidas, los gastos desorbitados y los fracasos políticos producto de más de 10 años de guerras en el extranjero, sobre todo en Irak, han agotado a la población estadounidense, que desea ver a su país fuera de Oriente Próximo. La guerra de Irak, que costó más de dos billones de dólares, fue pregonada por el gobierno de George W. Bush como la guerra por la democracia y la libertad. En realidad, era una guerra por el petróleo que tenía como objetivo la estabilización de los suministros de crudo.

Aunque la mayoría de estadounidenses cree que la mayor parte del petróleo consumido en EE UU proviene de Oriente Próximo, la realidad es otra. Solo alrededor del 18 por cien del crudo importado llega desde esa región. EE UU importa petróleo de 80 países distintos, entre otros sus vecinos, México y Canadá. Sin embargo, el afectado discurso sobre la independencia energética pasa por alto este dato. La industria y unos cuantos cargos electos declaran tajantemente que la autonomía energética libraría a EE UU del terrorismo islamista y evitaría futuros conflictos en torno al suministro de crudo. Este es el mensaje que el estadounidense medio desea oír. Lo irónico es que, aunque alcanzara la independencia energética, EE UU no podría dejar de colaborar en la protección del suministro de petróleo. En otras palabras, no podría desentenderse políticamente de sus alianzas estratégicas ni negarse a prestar ayuda a sus aliados en caso de interrupción del suministro. Las consecuencias económicas globales serían demasiado graves, sin más. La promesa de la independencia energética, sin embargo, sigue en el aire como canto de sirenas.

Existen dos factores adicionales que empujan a la industria petrolera a apostar fuerte por las fuentes no convencionales de petróleo y gas. En primer lugar, el petróleo y el gas convencionales son cada vez más difíciles de encontrar. Esto obliga a las compañías petroleras a obtener hidrocarburos de fuentes que antaño se consideraban de menor calidad; de hecho, a los esquistos se les solía llamar en inglés junk rock, “piedra basura”. Cuando empezó a ser necesario extraer crudo de esquistos, la industria aparcó el tono peyorativo y lanzó una gran campaña publicitaria para convencer a políticos y ciudadanía de que los esquistos eran la nueva panacea energética. En segundo lugar, la industria admite que no solo se enfrenta a dificultades en el ámbito de la prospección: son muchos también los obstáculos legales debido al cambio climático. La retórica de la independencia energética y los suministros abundantes y baratos se revela, así pues, muy atractiva dadas las circunstancias, y promueve una falsa seguridad. El negocio, como siempre, se impone. Por desgracia, si analizamos los datos básicos económicos y operativos, esa retórica queda en agua de borrajas.

Si examinamos de cerca la economía –en especial, los flujos de caja– de las empresas que se dedican a la explotación de esquistos, esa constelación de 20 compañías petroleras y gasísticas que perforan en EE UU, sorprende lo deteriorado del Flujo de Caja Libre (FCL) de todas ellas, sin excepción.

El FCL es revelador porque, a diferencia de los beneficios y otras medidas financieras, es difícil de manipular. Una empresa, como una familia, solo puede gastar lo que queda una vez pagadas las facturas. El FCL equivale al flujo de caja operativo menos la inversión en activos fijos y los dividendos. Sin el FCL, la empresa no puede seguir creciendo y su salud financiera se ve menoscabada. Aunque no es raro que una empresa incurra en un FCL negativo durante breves periodos de expansión rápida, un FCL negativo a largo plazo es indicio de problemas graves y termina obligando a la compañía a vender activos y acciones o a emitir deuda, todo ello va en perjuicio del accionariado.

El estudio de los operadores mencionados nos descubre que el FCL no solo ha sido negativo, sino que ha empeorado progresivamente en los últimos cuatro años. Estamos, pues, ante un fenómeno a largo plazo que también sirve para explicar la venta de activos y los enormes cargos por deterioro de los mismos. El caso de las ventas es especialmente interesante: algunos activos se vendieron a un cuarto del precio ofrecido originalmente a los inversores, una verdadera ganga. Las 20 corporaciones mencionadas invirtieron 167.000 millones de dólares en activos fijos entre 2010 y 2012, pero ni una sola generó un FCL positivo. Se trata pues de un modelo de negocio insostenible. Lo más preocupante es que de esas empresas depende la energía de EE UU y algunas de ellas están literalmente al borde de la bancarrota.

Pues bien, los datos básicos no son mucho más halagüeños.

En 2012, Exxon Mobile anunció que el 40 por cien de sus reservas de reposición correspondían a dos yacimientos de esquisto en EE UU, conocidos como Bakken y Woodford. Cuando se hizo el anuncio, a principios de 2013, en Woodford operaban dos pozos y Bakken, publicitado como el buque insignia de las explotaciones de esquisto, llevaba sin aumentar la producción desde junio de 2010. Esa falta de crecimiento en la producción es aún más perjudicial si tenemos en cuenta que el número de pozos perforados se había doblado en ese periodo. El problema subyace en el rápido agotamiento de los pozos más antiguos. Los de Bakken se secaban tan rápido que los pozos nuevos eran incapaces de elevar la tasa de producción por pozo. De hecho, según la EIA, en 2011 la producción media en Bakken descendió en 20.000 barriles diarios. Apenas dos años después, en 2013, esa cifra había llegado hasta los 63.000 barriles diarios, más del triple.

Asimismo, la comparación de los datos de producción reales demuestra que los operadores han sobreestimado el volumen de las reservas de esquistos en un cien por cien, y en algunos yacimientos hasta en un 400-500 por cien. Por desgracia, debido a una laguna en el cambio de normativa sobre petróleo y gas de la Securities and Exchange Commission aprobada en 2009, las empresas pueden pedir prestada cualquier cantidad avalándola con esas reservas artificialmente infladas, sin necesidad de auditorías que confirmen su existencia. Además, en yacimientos de esquistos como Bakken, los datos de producción demuestran que el pozo promedio está tan agotado al sexto año de extracción que a menudo se termina cerrando. Los pozos de esquisto, pese a todas las bondades que se les atribuyen, no duran mucho y no rinden si no es mediante un programa de perforación continuado y exhaustivo. Para tomar perspectiva valga este dato: la producción de los yacimientos de Bakken y Eagle Ford ha caído un promedio anual del 38 y el 42 por cien, respectivamente. Esas caídas son alarmantemente abruptas, pues casi multiplican por 10 la media global, y obligan a los operadores a reponer esos porcentajes de producción en otros lugares para que, al menos, las cifras no caigan bajo cero. Además, esos porcentajes se elevan cada año, porque los pozos más antiguos se secan aún más rápido debido a la perforación de pozos nuevos en la periferia de las zonas más ricas. Esa es la precaria naturaleza de los esquistos.

Por otro lado, la EIA afirma que la producción de petróleo de formaciones compactas en EE UU crecerá en unos 2,3 millones de barriles diarios (mbd). El consumo global, no obstante, es de unos 91 mbd. El petróleo de formaciones compactas estadounidense, por tanto, cubre menos del 2,5 por cien de la demanda total actual, y proviene de pozos que producen un promedio de entre el 38 y el 42 por cien menos cada año. Y no hay alternativas relevantes en el horizonte. Súmese el crecimiento previsto del consumo total, de más de un mbd para los próximos años. La contribución a la oferta en forma de petróleo de formaciones compactas estadounidenses queda reducida a la nada.

Volviendo al comunicado de Exxon Mobil sobre las reservas de reposición, salta a la vista que, hoy día, una de las mayores empresas energéticas del mundo depende en gran medida del gas de esquisto y el petróleo de formaciones compactas para hacer crecer sus reservas. Que una compañía petrolera y gasística global y diversificada reconozca que casi la mitad de sus reservas de reposición se encuentran en dos yacimientos de esquisto resulta desasosegante y confirma que los yacimientos convencionales están siendo reemplazados por otros no convencionales. Yacimientos que ofrecen una desastrosa tasa de recuperación se agotan rápidamente y son bastante más caros de explotar.

Aunque el sector negó durante toda la década pasada el argumento del cénit petrolero, es muy complicado ya negar que cada vez es más difícil encontrar petróleo y los costes no dejan de ascender. La EIA confirma este pronóstico al prever un crecimiento exponencial en la producción no convencional. De modo paradójico, los defensores del petróleo y el gas ven con buenos ojos esta circunstancia. En realidad, la EIA simplemente confirma que los yacimientos convencionales ya no son tan fáciles de explotar y que en su declive irán siendo reemplazados por otros de esquisto o petróleo de formaciones compactas, de ciclo de vida más corto y bastante más caros.

Recientemente, Adam Sieminski, director de la EIA, afirmaba: “Seis yacimientos de gas de esquisto y petróleo de formaciones compactas dan cuenta de casi el 90 por cien del crecimiento en la producción doméstica de petróleo y de la práctica totalidad del crecimiento en la de gas. […] De esos seis yacimientos, Bakken y Eagle Ford suponen el 67 por cien del crecimiento en la producción de petróleo y el yacimiento Marcellus es responsable de alrededor del 75 por cien del crecimiento en la producción de gas natural. […] La producción estadounidense de gas natural y crudo crece de manera espectacular desde 2010 y seguirá creciendo”.

La previsión de ese rápido crecimiento por parte de la EIA no se sostiene.

Actualmente, hay unos 30 yacimientos de esquisto en EE UU. Sin embargo, la gran mayoría de la producción (el 90 por cien) proviene de solo seis de ellos. La mayor parte de los yacimientos no son muy productivos y ofrecen un rendimiento marginal. Además, pese a las garantías de crecimiento, los informes mensuales publicados en febrero de 2014 por la EIA confirman que el 74 por cien de la nueva producción del yacimiento Eagle Ford se vio anulada por la menor producción de los pozos más antiguos. A menos que se impulse de manera significativa la perforación, estos dos yacimientos seguirán agotándose hasta el punto de que el cien por cien de la producción nueva no sirva más que para compensar el agotamiento de los pozos antiguos, algo que ya ha ocurrido en algunos yacimientos de gas de esquisto. Si no se perfora de manera continuada y con resultados positivos, los yacimientos de esquisto decaen rápidamente. Lo más inquietante quizá sea la predicción de la EIA según la cual la producción de petróleo de formaciones compactas alcanzará su techo en 2017, dentro de apenas tres años.

Aun así, la EIA afirma en su informe anual de 2014 lo siguiente: “El ritmo de la perforación en busca de petróleo a corto plazo es mucho mayor que lo previsto en el informe del año pasado, pues los productores localizan y perforan las zonas más ricas de los yacimientos actualmente en explotación y detectan además formaciones compactas que pueden ser explotadas con las últimas tecnologías”.

Esta es una afirmación interesante, dado que por el momento no se ha localizado ningún otro yacimiento con formaciones compactas que pueda reemplazar a Bakken e Eagle Ford. Aunque recientemente se ha dicho que los yacimientos Cline (Texas) y Monterrey (California) son mucho mayores que los anteriores, los pozos de exploración han dado resultados decepcionantes. Altos cargos de Chevron reconocieron tras la perforación de varios pozos secos que, según se cree, el petróleo ha migrado desde esa formación a través de diversas fallas. La EIA, por otro lado, ha rebajado sus estimaciones para las reservas del yacimiento Monterrey. Pero es interesante señalar que estudios geológicos independientes sobre los datos de producción de Monterrey indican que las estimaciones de la EIA siguen siendo, aun así, demasiado optimistas. El yacimiento Cline es también cuestionado, pues los pozos de exploración han arrojado resultados poco satisfactorios. Dado que las dos grandes esperanzas para el reemplazo de Bakken e Eagle Ford suscitan tantas dudas, se revela complicado detectar “formaciones compactas que pueden ser explotadas con las últimas tecnologías”.

La euforia que desató la “revolución del esquisto” no tiene razón de ser. Es engañoso e hipócrita hablar de la nueva producción y quitar hierro al declive de los pozos antiguos y al incremento del coste de explotación. Por desgracia, es una táctica que ha tenido éxito en otras ocasiones y que hace al estadounidense medio, y en general al ciudadano medio del planeta, consolarse en la falsa seguridad creada en torno a los hidrocarburos procedentes de esquistos. Esta falsa seguridad dice más de la política que hay tras ella que el propio rendimiento de los pozos. Hay otro aspecto de la independencia energética, quizá el más importante, sobre el que a menudo se pasa de puntillas: para disfrutar de una verdadera autonomía es necesario no estar a merced del agotamiento de los recursos energéticos. Esto es imposible con los hidrocarburos: en el momento en que se abre un pozo, empieza a agotarse. Las tasas de agotamiento en el gas de esquisto y el petróleo de formaciones compactas son sobrecogedoras.

Para mantener el suministro de energía en forma de combustible fósil debe darse una circularidad perpetua. Hay que buscar nuevas reservas y perforar de manera incansable, lo que resulta inevitablemente en el agotamiento del recurso energético y en un nuevo comienzo del ciclo. Esa es la naturaleza de la producción de los hidrocarburos: el petróleo y el gas son finitos. De igual modo, las interrupciones en el suministro redundan en la volatilidad de los precios y dificultan el desarrollo de la economía global.

Las energías renovables, no obstante, pueden producir energía desde una misma ubicación a perpetuidad, de manera que la degradación ambiental por el abandono de explotaciones agotadas es nula y no hay necesidad de buscar continuamente nuevas reservas. Lo más importante de todo, sin embargo, es que son energías inagotables, que otorgan la verdadera independencia energética. Además, el suministro es relativamente cercano: se da a nivel doméstico, de manera que las interrupciones quedan eliminadas o minimizadas.

Los hidrocarburos hacen imposible la independencia energética. La idea que se tiene en la actualidad de independencia energética está viciada. Aunque, como predice el departamento de Energía estadounidense, EE UU sea capaz de producir crudo suficiente como para dejar de importar, no quedaría eximido sin embargo de sus responsabilidades como ciudadano global en la protección del suministro de crudo y en el mantenimiento de la estabilidad de regiones productoras amenazadas por el caos. La producción estadounidense de petróleo de formaciones compactas tampoco alterará los precios globales del crudo de manera significativa; en efecto, ni siquiera las predicciones más optimistas de la EIA contemplan esa posibilidad. Esa producción adicional no haría sino modificar superficialmente la balanza comercial del país, cuyos verdaderos problemas en esta materia solo pueden solucionarse a través del ahorro nacional. Por último, quizá lo más importante: los hidrocarburos se agotan, inexorablemente. No hay vuelta de hoja. Lo finito es insostenible, y esa finitud es lo que imposibilita la independencia. Todas las ventajas que se supone iba a traer la independencia energética en realidad no existen.

Los mercados económicos globales se han hecho esclavos de la tediosa necesidad de buscar nuevas reservas energéticas que se agotan de manera irreparable. A partir de cierto momento, es inevitable que el suministro mengüe y se haga más difícil acceder a más reservas. Este es el dilema al que se enfrenta el mundo. La verdadera independencia energética supone poder suministrar una cantidad infinita de energía durante un periodo de tiempo infinito, y los hidrocarburos no cumplen con este requisito porque no se regeneran.

Nos encontramos pues en una encrucijada. Una de las opciones que tiene la humanidad es seguir el camino de los combustibles fósiles, cada vez más escasos y caros. Nos vemos obligados a aceptar en la actualidad una dependencia cada vez mayor del gas de esquisto, del petróleo de formaciones compactas y de arenas bituminosas, porque hemos agotado el suministro de hidrocarburos convencionales. Pero podemos tomar otro camino, el de las energías renovables: ofrecen una productividad estable, no se agotan y eliminan la posibilidad de perder el control del suministro a manos extranjeras y la necesidad de buscar perpetuamente nuevas reservas de energía. Esa es la verdadera independencia energética.

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