Desde EE.UU visitan en Montecristi, a los mejores fabricantes de sombreros en Ecuador

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Cremoso como la seda, más costoso en peso que el oro, del color del fino marfil viejo, un sombrero panamá Montecristi superfino es tanto una obra de arte como un accesorio de moda. Conocidos a nivel mundial como ‘sombreros panamá’ son patrimonio cultural inmaterial de la humanidad.

Roff Smith hizo una selección de fotografías dentro de los talleres donde se fabrican. Ahora, The New York Times los destaca en su espacio denominado El mundo a través de una lente, en la cual fotoperiodistas te transportan, virtualmente, a algunos de los lugares más hermosos e intrigantes del planeta.

Los mejores ejemplares tienen más de 4000 fibras en seis centímetros cuadrados, un tejido tan fino que se necesita una lupa de joyero para contar las filas. Y cada uno de estos tejidos se hace a mano. No se utiliza telar: solo dedos diestros, ojos afilados y concentración zen.

“No puedes permitir que tu mente divague ni siquiera por un segundo”, dice Simón Espinal, un hombre modesto y de voz suave que es considerado por sus pares como el mejor tejedor vivo de sombreros panamá, posiblemente el más grande de la historia. “Cuando estás tejiendo, solo eres tú y la paja”.

Los sombreros de Espinal tienen un promedio de alrededor de 465 fibras por centímetro cuadrado, una finura a la que pocos tejedores se han acercado. Su mejor tejido tiene 651 por centímetro cuadrado y le tomó cinco meses de elaboración.

El ecuatoriano de 52 años es uno de los pocos tejedores de los sombreros panamá de élite que aún quedan; casi todos ellos viven en Pile, una oscura aldea escondida en las estribaciones detrás de Montecristi, una ciudad a poca altura a más de 160 kilómetros arriba de la costa desde Guayaquil.

Me interesé por los sombreros hace unos 15 años, por casualidad, cuando leí sobre unos sombreros de paja que podían costar miles de dólares. Intrigado, comencé a investigar los sombreros, hice un viaje a Ecuador —donde se tejen todos los sombreros panamá legítimos— y descubrí este mundo curioso y ligeramente anacrónico de los tejedores de sombreros de Montecristi, relata Roff Smith.

Aunque el tejedor es la estrella del espectáculo, la fabricación de un Montecristi es un arte colaborativo. Después de que el tejedor o la tejedora ha terminado su parte, el cuerpo del sombrero crudo pasa a través de las manos de un equipo de artesanos especializados cuyos títulos —el rematador, el cortador, el apaleador y el planchador — le prestan algo de la apasionada formalidad de una plaza de toros a la fabricación de un panamá Montecristi. (El término rematador se deriva directamente de las corridas de toros: allí, es el finalizador, uno “que realiza algún acto que proporcionará un clímax emocional o artístico”, como lo describe Hemingway en Muerte en la tarde).

Para prepararla para el tejido, la paja se hierve ligeramente durante aproximadamente un minuto y luego se deja secar durante la noche al aire libre.

En Montecristi, el rematador es el tejedor especializado que realiza el complicado entretejido para sellar el borde, lo que lleva a un cierre artístico en la fase de tejido de la creación del sombrero. Después de eso, el exceso de paja es recortado por el cortador, quien entonces le pasa al sombrero una cuchilla de afeitar muy al ras para eliminar cualquier rebaba en la paja.

“A veces, cuando estoy cortando, me encuentro con una pajita que se ha decolorado o no se ha tejido correctamente”, dice Gabriel Lucas, uno de los mejores artesanos de acabados de Montecristi, mientras realiza una delicada operación con un sombrero fino que valdrá miles cuando esté terminado. “Los llamamos hijos perdidos, las pajitas que faltan. Tengo que cortarlas con cuidado y tejer con una nueva pajita para reemplazarla”.

Uno de los trabajos de los artesanos de acabado es inspeccionar el sombrero en busca de pajitas mal tejidas o descoloridas. Si se encuentran, se cortan y se reemplazan.

El cortador recorta el exceso de paja del cuerpo de un sombrero recién tejido, luego le da el mejor afeitado con una cuchilla para recortar cualquier parte espinosa. Aquí, el artesano Gabriel Lucas, de 34 años, realiza la tarea en su taller en Montecristi.

Una vez que ha sido debidamente barberado, el sombrero es golpeado con un mazo de madera dura por el apaleador para ayudar a acomodar las fibras, luego el planchador lo desarruga rápidamente para darle la cantidad adecuada de rigidez en preparación para la etapa final del bloqueo, o el esculpido a mano del sombrero sin forma hasta que adquiere alguno de sus estilos reconocibles: fedora, óptimo, plantación.

Los sombreros panamá son exclusivamente ecuatorianos, a pesar de su curiosa denominación errónea. El término “sombrero de Panamá” ha estado en uso desde al menos la década de 1830, y surgió porque los sombreros a menudo se vendían en puestos comerciales del istmo de Panamá, que ya era un centro de transporte mucho antes de que se construyera el canal. El nombre fue popularizado durante la fiebre del oro de California, cuando decenas de miles de buscadores pasaron por Panamá en su camino hacia la aventura, y muchos de ellos adquirían un sombrero en el camino.

Los brotes inmaduros de la palma son descortezados, y las fibras planas parecidas a un fettuccini se dividen una y otra vez para hacer fina la paja requerida para un hermoso sombrero.

Este tipo de sombrero se afirmó mucho más en la imaginación popular después de la Exposición de París en 1855, cuando un francés que había estado viviendo en Panamá le regaló a Napoleón III un sombrero finamente tejido. Su Alteza amó el sombrero y lo usaba en todas partes.

Entonces, como ahora, las celebridades marcaron la pauta en asuntos de moda, y nadie era más célebre que el emperador de Francia. Los sombreros panamá finos y sedosos para la primavera y el verano se volvieron de rigor entre los ricos y famosos. Se dice que el rey Eduardo VII ordenó a su sombrerero que no escatimara gastos para conseguirle el mejor ejemplar disponible. Él y otros pagaron sumas fabulosas por los mejores sombreros. Un artículo de The Talk of The Town en The New Yorker de julio de 1930 describe un panamá de mil dólares —unos 16.000 dólares de hoy— en exhibición en la tienda de sombreros Dobbs en la ciudad. Se mencionaba a Florenz Ziegfeld como un posible comprador.

En estos días, la abrumadora mayoría de los llamados sombreros de Panamá se tejen en Cuenca, una atractiva ciudad de los Andes cuyos residentes, motivados por el gobierno local, comenzaron a tejer sombreros a mediados de 1800, una vez que los panamá se hicieron populares. Estos son los que se encuentran en grandes almacenes y en la mayoría de las sombrererías. Son bonitos, se confeccionan con un tejido ligero y sencillo llamado “brisa”, que se puede producir rápidamente y en cantidades comerciales.

Montecristi, por otro lado, es la sede del arte. Los lugareños han tejido sombreros finos con las fibras de la paja toquilla durante siglos. Aquí, la fabricación de sombreros se ha mantenido como una industria artesanal, los tejedores se reúnen y preparan sus propias pajas como lo han hecho durante generaciones, tejiendo sus sombreros en su patrón artístico y liso, un estilo muy bonito en espiga.

Su producción es obligadamente pequeña, y la de los tejedores de élite de Pile es aún más pequeña. En un buen año, Simón Espinal podría hacer tres sombreros.

Últimamente, el gobierno ha instado a los tejedores de Pile a ser más comerciales, a abandonar las viejas costumbres, a no tejer sombreros tan finos, pero ellos se han negado. “Esto”, dice Simón Espinal, “es un regalo de Dios”.

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