La coordinación, variedad de escenarios y actores de los hechos de la contrarrevolución cubana y venezolana, en el marco de la Cumbre de Panamá, confirman la sospecha de que se trata de una conspiración cuidadosamente diseñada.
No hay improvisaciones. Escogieron -los enemigos de siempre- a cada uno por sus características personales: violentos, expertos terroristas, políticos, gente de apariencia humilde, intelectualoides, burgueses, para que encarnen a su vez los papeles cuyos guiones se aprendieron y ensayaron.
Buscaron puntos neurálgicos para la confrontación, como el insulto al Héroe Nacional José Martí en su monumento del parque Belisario Porras, a pocos metros de la Embajada de Cuba; foros de la Sociedad Civil y Juventud, donde creyeron tener mayoría a su favor; parque Urracá, frente a la residencia privada del presidente panameño, Juan Carlos Varela, entre otros.
Como respaldo e intento de legitimidad a tales acciones, tuvieron la complicidad de algunos medios panameños de comunicación, la CNN en Español y por si fuera poco, los expresidentes representantes de lo más retrógrado de la ultraderecha continental e ibérica, encabezados -algunas fuentes aseguran promovido- por el español José María Aznar.
El escenario se empezó a «calentar» en la sede de la Cumbre desde semanas antes donde coincidieron terroristas, golpistas y mercenarios cubanos y venezolanos que hicieron manifestaciones públicas en barrios selectos de la capital panameña, como el elegante San Francisco.
Prensa Latina fue testigo de una convocatoria para protestar contra la Revolución Bolivariana en las puertas del edificio donde se encuentra la sede diplomática de ese país sureño, a la cual asistieron 12 personas y 2 perros; quienes se hicieron fotos con carteles y se marcharon en lujosos autos.
Otro escenario para atacar a ambos países fue la asamblea de la organización de dueños de medios de prensa del continente, que llaman Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), donde hubo lamentaciones por lo perdido en Venezuela y cierta euforia mal concebida de que el Gobierno de Nicolás Maduro sería víctima de la traición de Cuba, tras una supuesta reconciliación con Estados Unidos.
Y en el citado lugar también hicieron un futurista análisis de la inminente transición política en la Isla tras la reanudación de relaciones con su enemigo de medio siglo: pura ciencia ficción a cargo de una mercenaria antillana.
Los voceros de la conspiración tuvieron accesos a la prensa panameña, con amplias entrevistas y minutos de televisión, buscando cierta reacción de apoyo en la opinión pública nacional, que por momentos recibió una andanada de información tergiversada con la sola visión de la ultraderecha golpista venezolana y los mercenarios cubanos.
Nada se dejó a la improvisación, al más puro estilo estadounidense la campaña se orquestó como lo aconsejan los libros sobre comunicación masiva, y fue escalando hasta llegar al clímax con un toque de cacerolas bien dirigido, simultáneo, desde varios rascacielos de San Francisco, en las inmediaciones de la sede de la Cumbre, protagonizado por la burguesía venezolana residente aquí.
Una fuente bien informada aseguró a Prensa Latina que algunos medios españoles, como el diario El País, tenían de antemano el itinerario de cada una de las acciones conspirativas, e incluso, hasta la de una conferencia de prensa que el asesino de Ernesto Che Guevara ofreció en un hotel de la capital panameña antes de la provocación del parque Porras.
Denuncias previas revelaron parte de lo que se tramaba hacer en Panamá y señalaron nombres de personas que formaban parte del comando desestabilizador.
No vienen en son de paz, sino «a tirar sus últimos cartuchos aquí en Panamá, porque saben que para muchos de ellos una situación de acercamiento entre Cuba y Estados Unidos, es el fin para quienes se han enriquecido con el conflicto», expresó el joven panameño Gazán Salame, al referirse a los elementos anticubanos.
Excelente definición que saca a flote «la ruta del dinero» como verdadero motivo de los desagradables hechos que debieron vivir los panameños en los últimos días.
Por suerte, lo positivo de la Cumbre y sus citas colaterales, no permitió oscurecer el éxito, y la conspiración no pasó más allá de un show mediático del que sacó partido el periodismo amarillo.
Los panameños no merecían tan deplorables actitudes en el más grande evento político organizado en décadas en el Istmo.