Una protesta de las clases acomodadas en Brasil

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Las movilizaciones en las calles fueron mayormente de la clase media y pudiente, sin que se vea una presencia importante de los sectores populares. Hay pedidos de juicio político a Rousseff y el regreso de los militares.

Son todos blancos. Prácticamente no se ven manifestantes negros o mulatos frente al palacio del Congreso, en Brasilia, donde ayer se realizó un nuevo acto por el impeachment de la presidenta Dilma Rousseff, al cumplirse 102 días de su segundo mandato que, según establece la Constitución, debe prolongarse hasta el 31 de diciembre de 2018.

Miles de opositores se movilizaron en Brasilia, San Pablo, la capital más poblada del país, y otras 170 ciudades de 25 estados donde hubo una concurrencia menor a la del 15 de marzo. La policía informó que 275.000 personas marcharon por la Avenida Paulista de San Pablo, contra un millón que lo había hecho en marzo, y 10.000 protestaron en la costanera de Copacabana, en Río de Janeiro, que había recibido 25.000 “indignados” el mes pasado. Igual tendencia declinante se observó en los mitines de Belo Horizonte, Porto Alegre, Salvador de Bahía y Recife.

“Es un hecho que las manifestaciones de hoy fueron menos concurridas, pero creo que las protestan seguirán”, analizó el profesor de ciencia política Ricardo Ismael de la Universidad Católica de Río. “La presidenta tiene poco capital político, pero desde la última marcha ella habló más para mostrar que lucha contra la corrupción, y con esto paró su caída.”

“Ahora hay que esperar: hasta ahora las marchas son de clase media sin que se vea presencia importante de sectores populares”, concluyó el politólogo. Esa perspectiva encaja con lo sucedido en la protesta de Brasilia, dominada por un público de clase media o media alta.

Cuarenta mil personas desfilaron por el Eje Monumental, la avenida más importante de la capital, por donde habían circulado 40.000 opositores a mediados de marzo, según la policía.

Francisco, un vendedor de agua y gaseosas, hizo su propia radiografía de la concentración: “Lo que yo vi fue más gente de nivel, de clase pudiente. Gente que está bien vestida, que habla bien, muy educada”.

“Acá no hubo una protesta de la gente más pobre, vinieron algunos pobres pero para ver qué pasaba, no para protestar.” Francisco se apostó frente al Ministerio de Deportes, con su heladera portátil, una sombrilla y una radio. “La venta de hoy fue flaca, flaquísima, porque vino menos gente que la otra vez (15 de marzo). Hoy me estoy llevando casi todo de vuelta para casa, vendí 60 reales (240 pesos) la otra vez vendí como 250 reales (100 pesos)”, compara el vendedor ambulante vecino de Tabuatinga, una de las ciudades “satélites” del entorno de Brasilia.

“¿Usted también quiere el impeachment de Dilma?”, le preguntó este cronista. “No me parece bien lo del impeachment ahora, tan temprano. Yo la voté a Dilma, tenía esperanza de que siguiera ayudando a los pobres. No veo que las cosas estén mejorando. Me decepcionó.”

La desaprobación del gobierno atraviesa todas las clases sociales y grupos raciales: Datafolha informó ayer que 6 de cada 10 brasileños tiene una opinión negativa de la gestión Dilma, pero que su popularidad dejó de caer. Entre las clases acomodadas, mayoritariamente blancas, ese cuestionamiento se traduce en un golpismo más o menos confeso, aliado al odio hacia el PT y el desprecio racista hacia los electores de Dilma, que en gran número son nordestinos (la región más humilde), negros o pardos.

Según el último censo del Instituto Brasileño de Geografía y Estadísticas, de 2010, más del 52 por ciento de los ciudadanos de este país son negros, pardos y mulatos, el 47 por ciento son blancos y el 1 por ciento es indígena. En el área central de Brasilia, con el mayor ingreso per capita del país, la población blanca asciende al 90 por ciento en contraste con la periferia de la capital donde apenas el 40 por ciento pertenece a ese grupo racial.

Cerca de las 13 horas, cuando comenzaba a nublarse el domingo, concluyó la movilización esencialmente blanca.

“Marcha de la familia con Dios por la libertad. Intervención militar es constitucional, artículo 142”, se leía en un pasacalles verde, de unos 5 metros de ancho, que pasó frente a la catedral, cerca del mediodía.

En la misma columna iban dos señoras que repartían el tiempo entre el bronceador y gritar contra la “dictadura comunista del PT”.

Uno de los carteles más anchos, con letras negras en fondo amarillo bramaba a favor de la “pena de muerte”, acompañado por cientos de pancartas individuales con la consigna más coreada del día: “Fuera Dilma”.

La médica Tatiana, de shorts y remera verdeamarilla, de no más de 30 años, no cree que pedir la salida de Dilma sea golpista. “Si no sirve, si hay la mayor corrupción de la historia, no puede quedarse en el gobierno, es así de simple. Si la mayoría de la población quiere que se vaya no es golpismo. Si los militares vienen para sacar a este gobierno, yo defiendo que vengan.”

“Nunca voté en el PT, gracias a Dios y creo que la gente que vino hoy aquí tampoco. La clase baja tiene beneficios y vota a Dilma. La Bolsa Familia no sirve, la gente no trabaja y se dedica a tener hijos”, responde y se despide la médica bonita. Y golpista

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